Los niños patean el calor
descarnadamente. Se les va la vida en cada intento. La plaza se convierte en un
campo de batalla. Toda la furia acumulada en el invierno sale en forma de gota
y de juego. Pero no importa, esquivo sus chutes con las manos sudorosas.
Cemento, gritos y sol.
La mano en la frente con
surcos del pasado y un periódico para no mancharme la falda. Van llegando a
cuentagotas hasta que empieza la tertulia. Los sabios arreglan el país bañados
en café con hielo y atragantándose con unas pastas.
Un balonazo despierta del
letargo a una muchacha que hace la siesta en un banco. La humedad carga el
ambiente, el ladrillo en el pecho
hace meses que no está. Pero no importa, bajo por el camino de piedra que se
enreda en mis chanclas y ya me va bien.
¿ Me das fuego? ¿ Me das un
cigarrito? Los locos se deslizan por las calles y no dejan de pedir. No fumo.
Sus miradas se clavan en mis manos. No doy.
El parque de arena está hirviendo,
soporta estoicamente el sol que cae a media tarde. Ningún pequeño vuela sobre
sus cadenas. Todo está parado. El sabor de horchata en mis dedos, me lleva al
recuerdo que pesa. La calle empinada es eterna, falta mucho para llegar.
Silencio. Las ventanas de par
en par dejan salir las notas de un piano. Es Bach. Siempre a la misma hora,
siempre la misma pieza . Nunca estás.
Un día me acompañaste
siguiendo el camino, pero al llegar a casa, dejaste de
estar. El jazmín sin flores no tiene perfume, de nada sirve. Se asoma yermo por los muros testigo de la
pena. No lloro. Verde, río y mar.
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