—María cariño, despierta que
llegamos tarde. Ayer me quedé cosiendo hasta las cuatro y me he dormido—dice
mamá acariciándome la mano. Últimamente trabaja muchas horas. Es la tercera
vez, en este mes, que no escucha el despertador .
Sólo el pensar en la bronca
que me pegará Sor Cristina , hace que mi cuerpo, pegue un bote y salte de la
cama. Mamá me viste deprisa para que no coja frío . Suerte que voy con
uniforme. Sin lavarme la cara, ya tengo el abrigo puesto, faltan diez minutos
para las nueve. Salimos de casa.
Mamá me arrastra de la mano por las escaleras, el ascensor hace días que
no funciona.
Salimos del portal y subimos
la cuesta que acaba en la calle López de Hoyos. Cruzamos por Marcenado y
paramos en la panadería de Andrés. Es un local muy pequeño. Está repleto de bollos tiernos de leche, mantequilla
y miel, de suizos , de milhojas ... el olor a pan recién hecho hace que
recuerde que no he desayunado.
—¡Buenos días!. Hoy toca de azúcar.—dice mamá.
—Buenos días Clara. —dice
Andrés mientras que le sirve un donut —María, princesa ¿ te has lavado la cara
? ¡ Menuda legaña llevas !
Mamá moja su dedo con saliva y
se acerca a mi lagrimal. Después de dos intentos, consigue quitármela. La miro , sonrío y ella me responde con
un beso en la frente. Son las nueve y diez y todavía nos queda un buen trecho.
Mi madre camina volando y yo,
voy de su mano sin miedo a caer. Acaba el viaje delante de una verja enorme forjada de color gris. Por
fin hemos llegado ... pero ya no están las filas , no escucho los gritos de mis
compañeros de clase. Están todos dentro. Me va a tocar entrar sola, una vez
más. Mi madre llama al telefonillo de la escuela:
— ¿ si ? —responde una voz
seca desde el interior.
—Buenos días, vengo a traer a María Ribas. —Dice mamá mientras me mete el donut en la mochila.
Después de una pausa, la verja
comienza a abrirse y me da un azote cariñoso para que pase . Avanzo, y a unos
pasos, me doy la vuelta, la miro con cara de pena , pero no se apiada de mi. Me
sonríe , lanza un beso y me hace gestos con las manos para que entre dentro del
edificio. Se oye el motor de la
verja y poco a poco se va cerrando. Hecho una última mirada pero mamá ya no
está allí.
Corro hacia la entrada. La
prisa hace que no vea el charco que hay delante de las escaleras. Lo piso y me
mojo los zapatos, ha estado lloviendo durante toda la noche, el olor a tierra
mojada hace que cierre los ojos antes de entrar. El silencio se rompe con el
sonido de la puerta de madera. Herminia, la portera, tiene cara de pocos
amigos. Paso cerca de ella y la saludo con la mano, le sonrío y ella, ni se
inmuta.
Camino despacio hacia mi
clase. No se puede correr por los pasillos. Sigo el inmenso corredor de techo
alto y lleno de ventanales. Aún siendo un día gris, la luz llega a cada rincón.
Voy pegada a la pared acariciando el friso de madera con mi mano. No me gusta ir sola por el colegio, el
otro día, hablamos de las apariciones de la Virgen, y tengo miedo, a que, en
algún momento se me aparezca. El olor a incienso, que viene de la capilla, me
pone los pelos de punta. Acelero el paso hasta que llego a una gran puerta de
madera. Me quedo parada delante de ella mordiéndome las uñas , hasta que, saco
el valor para golpear tres veces y abrir sin esperar.
—Sor Cristina ... ¿Se puede ? ...
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